Es normal sentirse triste, estresado, confuso, con miedo o incluso enfadado en nuestro día a día,  ni qué decir a causa de la brutal pandemia que nos ha arrasado y sacado de plano. Lógicamente el miedo nos paraliza, noquea. Es una emoción fuerte, potente que surge ante un peligro (real o imaginario) o daño inminente. Es la respuesta emocional a cambios importantes y rápidos. El miedo también puede provocarse ante la pérdida de lo que antes nos proporcionaba seguridad y confianza. Cuando aparecen situaciones que pueden perjudicar seriamente nuestro bienestar y en las que valoramos cómo muy baja nuestra capacidad de control, se nos desencadena una intensa emoción de miedo. Sus respuestas funcionales pueden agruparse en dos amplias clases: acciones defensivas de huida o ataque y acciones de inmovilidad defensiva.

Si ante las situaciones de mayor dificultad, como las actuales, uno debería remangarse y emplearse a fondo, ¿cómo puede explicarse entonces el aparentemente imparable debilitamiento de nuestras actividades? Muchas investigaciones han demostrado que el estado emocional de ansiedad condiciona nuestra forma de procesar la información, nuestro funcionamiento. De forma automática y no consciente nuestra atención se focaliza hacia los estímulos que nos indican o confirman la amenaza y dejamos de percibir la información neutra o contraria a nuestro estado, dando preferencia a los de interpretación de significado amenazador sobre cualquier otra. Nuestra respuesta más común ante la ansiedad es la angustia pero también experimentamos preocupación, inseguridad, tensión, temor, dificultad para tomar decisiones, sensación de pérdida de control, etc. ¿Te suenan? La ansiedad en condiciones normales nos moviliza hacia la acción y mejora nuestro rendimiento. Sin embargo, cuando la intensidad de la ansiedad sobrepasa determinados límites, las respuestas habituales pasan a ser también la paralización de nuestras actividades.

No hay que perder del vista que ante la actual situación de desmotivación, también  (por si era poco) nos embarga la tristeza que es la típica respuesta emocional a situaciones de pérdida o ante acontecimientos que nos suponen algún perjuicio o daño. Aparece cuando creemos que no existe acción alguna que nos permita recuperar la meta perdida, el rumbo de nuestra vida. Nos sentimos sin fuerzas para continuar, sin ganas, atenúa nuestro nivel de actividad habitual, nos lleva a abandonarnos, nos hace sentirnos bloqueados y nos retrae sobre nosotros mismos, lentifica nuestra capacidad de procesamiento intelectual y dirige nuestros pensamientos hacia los aspectos más negativos del entorno y, sobre todo, a los más negativos de nosotros mismos.

¿Cómo salimos de una crisis emocional?

Básicamente desde la toma de conciencia de uno mismo, desde el autoconocimiento. Cuando percibimos la realidad que nos rodea seleccionamos de forma automática aquello a lo que le vamos a prestar atención, bien porque nos parece más importante o porque confirma nuestras creencias. Nuestra interpretación de esa realidad la consideraremos como verdadera y nos llevará a conclusiones que condicionarán directamente nuestra conducta. 

Desde la responsabilidad es la segunda clave. Todos llevamos en nuestro interior dos posibles papeles con los que interpretar nuestra propia vida, uno de protagonistas y otro de víctimas. Nuestra actual sociedad- cada día más globalizada e hiper-regulada- y los tiempos en los que nos hallamos actualmente, nos empujan a la creencia de que las personas no tenemos ninguna capacidad de intervención en lo que nos sucede, nos sentimos perdidos, desamparados a veces.

Pero el victimismo se ha convertido en uno de los rasgos más destacados de la sociedad actual, nos convencemos de que nuestras acciones y conductas, no tienen ninguna posibilidad de influir en el logro de los resultados deseados, entonces los individuos desarrollamos el estado psicológico de indefensión aprendida. Vivimos convencidos de que el encargado de sacarnos de la crisis es papa, mama o el gobierno. Nos encanta culpar a los demás. Se nos da muy bien criticar y nos alivia quejarnos y lamentarnos de nuestra mala suerte. Basta con sacar el rol de víctima que todos llevamos dentro y creer que el mundo es un lugar injusto, en el que la culpa de nuestros sufrimientos la tienen los demás. Aunque la culpa nos tranquiliza, también nos impide asumir el papel protagonista de nuestro presente, de nuestro futuro y vivimos en crisis constante. 

Pon un coach en tu vida, toma esa decisión desde una posición protagonista, proactiva, busca soluciones y resultados para que se materialicen en objetivos concretos para salir de la crisis. A diferencia de otras técnicas, tu proceso de coaching no va a facilitarte la mejora de tu capacidad de adaptación y resistencia para que soportes ésta crisis emocional de la mejor manera posible; y tampoco tu coach te va a permitir que sigas impacientemente esperando a ver si te cambian las cosas. En tu proceso de coaching vas a explorar profundamente tu interior, vas a identificar,  potenciar tus capacidades y a trabajar tus competencias mejorables. Tomarás libremente las decisiones de cambio de las cosas que no te funcionan para sustituirlas por otras nuevas alineadas con las lineas de trabajo que tú habrás elegido para ti. Desde tu intima necesidad de desarrollo y el deseo intenso de conseguirlo, afrontarás con entusiasmo y siendo sostenido constantemente, todas las acciones que exija la recuperación del control y dirección de tu vida por encima de las circunstancias adversas que vives ante una crisis de cualquier índole.

¿Cómo influyen nuestras emociones en la vuelta a ésta “nueva normalidad” de crisis permanente en la que vivimos?

Las situaciones de crisis, marcadas por la incertidumbre y el estrés, requieren de un importante control emocional y sobre el papel que juegan nuestras emociones en situaciones como las que estamos viviendo nos obligan a adquirir herramientas que nos permitan gestionarlas para nuestro mayor beneficio.

 

¿Qué hacemos al respecto ? 

Poner conciencia, reconocer nuestras emociones e intentar no (retro) alimentarlas ni dejarnos llevar por ellas nos ayudará mucho. Enfocarnos en nosotros mismos, prestarnos atención. Cuidarnos. Centrarnos en lo que sí podemos hacer. Establecer objetivos que podamos cumplir. Mantengamos el contacto social, con familiares y amigos, cuidemos de nosotros mismos y cuidemos a los demás si podemos. Estamos quemados, necesitamos recursos para sostenernos., te animo a buscarlos.

 

Gracias, gracias, gracias.

A.

About the author

4 Responses
  1. Manu

    De esto te puedo contar muchas cosas, pero son tiempos muy convulsos y todo pasa tan rapidísimo que no nos da casi tiempo a asimilarlo

  2. Adriana

    Muchas gracias por tus palabras Anca, menos mal que estás!
    Nos perdemos con facilidad.
    Besos y mejor semana!
    Adriana

Leave a Reply