violencia dolor maltrato sufrimiento

Da para muchas entradas de blog este tema, no apto para los más sensibles. Lo tengo grabado a fuego en mi alma, en mi piel y en mis neuronas. Parto de la base de que no somos conscientes de nada siendo niños. Hablo desde el lado del niño que ha vivido en un ambiente con violencia física, psicológica y emocional a veces extrema. Esa realidad es dura y no eres consciente de lo que has vivido hasta que te haces mayor y adquieres algunos elementos por el camino que te hacen ver que aquello no era normal. Como niño, eres un ser muy vulnerable, frágil indefenso, por lo tanto, puedes ser una víctima fácil. ¿Te imaginas vivir siempre con miedo? Pues así se vive, siempre con miedo y para colmo culpable y confundido, porque no entiendes nada de lo que está pasando. Además, sueles tener dificultades para hablar, relacionarte, integrarte, o sencillamente sentirte digno y merecedor de lo mas básico y fundamental para desarrollarte como ser humano: el amor. Y si te falta el amor de los que mas te deben amar, es (casi) imposible que seas un ser humano sano, pleno, feliz. 

Salen a flote dudas, la infravaloración, la manipulación emocional, las críticas, las comparaciones con los hermanos, con otros y eran muchos los padres que se maltrataban entre sí y maltrataban a sus hijos, al menos en mi generación, vamos era lo normal. Viví con mucha violencia física, emocional y psicológica. Con manipulaciones, chantajes, palabras que hieren hasta la médula, insultos, faltas de respeto que alimentaron la terrible inseguridad durante toda la infancia y adolescencia. Claro, tanto dolor es y se torna insoportable, no por nada, sino porque no se tolera, es tan espantoso que prefieres morir a seguir soportando todo, y casi me mato, pero no, afortunadamente me salvaron y aquí estamos, por suerte, con muchas lagunas, el celebro borró muchas etapas de mi vida para garantizarme la supervivencia ante traumas tan profundos y lo agradezco. Con la madurez no me quedó otra que romper de raíz todos los vínculos y me di cuenta que no hay distancia, ni kilómetros, ni tiempo que te sane, ni los vínculos se cortan, ni se reparan solos, ni se perdona ni olvida per se, sino todo lo contrario, todo se repetía en distintos grados, seguían dándose las mismas dinámicas, esas que recortan constantemente la autoestima e incluso la calidad de la propia vida de uno, convirtiéndose todo en puro caos, hasta que me ocupé de mi.

¿Qué sentido tiene vivir con el dolor, obviar lo sufrido, dar por normal algo que se ha vivido desde que se tiene uso de razón? Hay quien mete todo el dolor y el sufrimiento bajo la alfombra, o en un cajón bajo llave y ahí queda enterrado de por vida, hay quién lo ha asumido y continúa manteniendo trato cordial con ese familiar maltratador y todos tan felices, y es perfecto. Eso solo se consigue con mucho trabajo, con honestidad y valor, mucho valor para enfrentarse a todo y con perdón y aceptación. Vives con este dolor desde la ambivalencia que va entre el afecto y el miedo, el amor y el odio y por descontado la necesidad; los progenitores maltratadores, los maltratadores y los violentos en general no cambian porque sí. El menosprecio, la crítica, la humillación y la manipulación emocional les sigue siendo útil para controlar y ejercer el poder todo el resto de su vida si la “víctima “ no cambia, y hay que cambiar, hay que enfrentarse, hay que salir de allí, como sea. Porque hay algo evidente: maltratador y víctima siempre tienen un vínculo, un lazo que (retro) alimenta la dependencia, el miedo y hasta el afecto. Un afecto dañino, es cierto; un amor envenenado entre padres e hijos víctima y maltratador.

 

La violencia, el maltrato psicológico o abuso como cualquier comportamiento siempre está orientado a controlar y subyugar a otro ser humano mediante el uso del miedo, la  manipulación, la humillación, la intimidación, la proyección de la culpa, la coerción, la desaprobación constante. Algunos tipos de agresión no dejan marca en la piel, pero hieren la integridad psicológica y emocional, mina al ser humano en construcción, porque cuando eres un niño, el impacto sobre la mente infantil, es devastador, catastrófico, trágico. Si además ese tipo de maltrato se mantiene durante años, ya podemos imaginar la magnitud del daño. Lo más llamativo es que suelen hacerse notables esfuerzos por aparentar normalidad. Casi nunca el entorno cercano conoce esos hechos, se silencian y quedan siempre de puertas para adentro. Cuando los monstruos son los padres y normalizamos el maltrato psicológico es complicado sanar heridas tan profundas que destruyeron todo lo tocado. Se vive paralizado por la angustia, el miedo, la humillación, la necesidad, el desprecio y solo, se vive muy solo y en piloto automático.

 

¿Qué hice? Puse la lupa y el foco en mí, solo en mí, dejando todo lo de fuera apartado.

¿Cuándo? Cuando estuve preparada para enfrentarme a mí misma primero y a mi tremendo dolor, a mis traumas, a mis monstruos. 

¿Cómo ? Me ocupé de mi, hice terapias de todo tipo, hice trabajos para soltar el cuerpo dolor y los traumas, hice esfuerzos titánicos para enfrentarme a mis monstruos y fantasmas, hice trabajos brutales y no fue por los cauces habituales, hice todas las terapias que yo ofrezco en mis servicios y algunas mas, puntualmente, que fueron brutales. 

Es mi experiencia, es mi sentir, es mi vivencia, y ya os aseguro que es cierta y real. 

Una de las consecuencias de sufrir abusos físicos, psicológicos y emocionales desde la infancia, es desarrollar un trastorno de estrés postraumático en las edades adultas. Cuantas más situaciones de dolor o traumas se mantienen irresueltas en nosotros, mas limitaciones tenemos y encontraremos en nuestra vida, porque las contracciones energéticas generan severa disfunción física o emocional y la carga emocional negativa se guarda en nuestro sistema cuerpo-mente, creando el cuerpo del dolor. El cuerpo del dolor es la acumulación de emociones que fueron obviadas en el momento en el que sucedieron que no nos permitimos sentirlas, ni siquiera reconocimos o admitimos, en consecuencia, nunca fueron digeridas o procesadas, por ignorancia, o sencillamente porque sí. El cuerpo del dolor es un campo energético interno que actúa casi como una entidad separada que tiene su propia programación. Este campo energético de creencias y decisiones que tomamos alguna vez en el pasado, controla nuestras reacciones cuando «algo nos mueve» o «alguien nos toca la tecla» en el presente y a veces este “se dispara» por una nimiedad, los demás no comprendiendo nuestra dramática y desproporcionada reacción. 

 

Total, toda violencia sufrida nos afecta en todos los ámbitos de nuestra vida: en nuestras relaciones afectivas, laborales, afectan a nuestra ya de por si baja autoestima, tenemos sensación de inutilidad, destrucción, inseguridad, no merecimiento, sentimos cierta represión emocional, tendencia a esconder las propias emociones, episodios de ansiedad, estrés y un largo etc. Ante ese hecho solo caben dos opciones: evidenciar la realidad y enfrentarnos a ella, ¡con un par! Asimismo, y no menos importante se necesita de ayuda psicológica. Todo este sufrimiento y humillación dejan una herida profunda y sin cicatrices visibles, que hay que tratar. El objetivo es deconstruir todo, recuperar la autoestima, la seguridad personal para construir así una vida propia, independiente, madura y feliz. Nadie dijo que fuera fácil, pero tenemos que ocuparnos de sanarnos, aunque nos lleve años de trabajo, aunque nadie nos entienda, merecemos ser felices, soltar el cuerpo dolor, vivir con seguridad, amar y ser amados, en definitiva VIVIR.

 

Gracias, gracias, gracias.

A.

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