Estamos acostumbrado a ver los defectos de los demás como si no fuera con nosotros. Todos los demás son los malos, menos nosotros que somos angelitos de la caridad… ¡ejem! Con un poco de osadía hasta criticamos y juzgamos a los demás, demonizándolos, perdiéndoles el respeto con facilidad pasmosa. Y es muy habitual, solo hay que darse una vuelta por las redes sociales para tomar el pulso al ambiente en que nos movemos. O en los lugares de trabajo, donde hay de todo, competencia (in)sana, envidias, colegas criticando, zancadillas, trepas ¿quién no ha pasado por ahí? que levante la mano… Y ya en la familia y entornos íntimos, mejor ni entramos, porque acabaremos mal…
“La gente solo nos devuelve el reflejo de la forma en que les hablamos.”
-Laurent Gounelle
Es difícil plantearse el crecimiento personal si nos enfocamos en exceso tan solo en nuestro interior, cuando por descontando, gran parte de lo que podemos aprender y modificar reside en el exterior, o en nuestro entorno más intimo, de confianza. Infinidad de escritos nos enseñaban desde la antigüedad que lo que vemos en los demás nos revela información sagrada de lo que somos nosotros mismos, solo tenemos que prestar atención. Hay infinidad de estudios que afirman y concluyen que el exterior actúa como un espejo para nuestra mente, donde vemos reflejadas cualidades, defectos, características y aspectos personales de nuestra propia esencia, de nuestro ser más primitivo, más intimo, de nosotros mismos, de nuestra alma.
Hablamos de las situaciones que frecuentemente se nos dan en nuestro día a día cuando observamos algo que no nos gusta de los demás y sentimos un cierto rechazo, incluso disgusto, o cuando adoramos algo, o cuando nos desagrada lo que los demás hacen o dejan de hacer para con nosotros mismos. Pues bien, estamos ante la ley del espejo, la cual establece que de alguna manera ese aspecto que nos disgusta de determinada persona existe en nuestro interior de alguna forma, o solo es la proyección de algo que ya hemos trabajado y sanado y aún así nos desagrada.
La ley del espejo establece que nuestra inconsciencia, ayudada por la proyección psicológica que realizamos durante ese momento, nos hace pensar que el defecto o desagrado que percibimos en los demás solo existe “ahí fuera”, no en nosotros mismos, siendo un mecanismo de defensa por el que atribuimos a otros, sentimientos, pensamientos, creencias o incluso acciones propias inaceptables para nosotros. Y es esa misma proyección psicológica que comienza a ponerse en marcha durante experiencias que nos suponen un conflicto emocional o nos hacen sentirnos amenazados, tanto interior como exteriormente. Cuando nuestra mente entiende que existe una amenaza para nuestra integridad física y emocional, esta emite como rechazo hacia el exterior todas esas cualidades, atribuyéndoselas a un objeto o sujeto externo a nosotros mismos. Así, aparentemente, colocamos dichas amenazas fuera de nosotros, nos “ponemos a salvo”.
Las proyecciones suceden tanto con las experiencias negativas como con las positivas. Nuestra realidad la trasladamos sin filtro al mundo exterior, construyendo la verdad exterior con nuestras propias características personales. Una experiencia característica de la proyección psicológica sucede cuando nos enamoramos y atribuimos a la persona amada ciertas características que tan sólo existen en nosotros. Proyectamos sobre el entorno nuestra propia realidad afirmando que conocemos muy bien a otras personas y en realidad lo que hacemos es proyectar sobre ellas nuestra propia realidad y conflictos no resueltos, superponiendo nuestra visión proyectada de nosotros mismos sobre la imagen física de dicha persona captada por nuestros sentidos. Si somos conscientes de ello, perfecto, si no, hay que trabajarlo, o acaba mal…
Ser conscientes de aquello que proyectamos en los demás nos permite descubrir cómo somos en realidad. Nos permite tener constancia de este mecanismo mental que nos facilita recuperar el control sobre lo que está sucediendo en nuestro interior para poder hacernos cargo y poner conciencia, trabajando aquellos aspectos de nosotros que no deseamos mantener o queremos transformar a positivo, porque son dolorosos a veces, mucho. Es imprescindible recordar que todo lo que llega a través de nuestros sentidos lo damos como cierto, sin reconocer muchas veces la parte de interpretación o de subjetividad que hay en ello. Vivimos de acuerdo a esta forma de percibir la realidad, creando distorsiones negativas o que nos generan malestar a la hora de relacionarnos con las personas de nuestro entorno, incluso con nosotros mismos.
Si queremos cambiar, mejorar y sanar… lógicamente hay que hacer limpia, vuelvo a decir lo de la honestidad y el valor para mirar dentro de uno, con crudeza y trabajarnos a nosotros mismos. Sirve apartarse, observarse, meditar, retirarse de los estímulos que te “electrocutan” y por supuesto, tratar de emplear este recurso natural proyectándose de forma sana y plena para obtener un crecimiento interior saludable, trazando fronteras, limites, facilitándonos el aprender a ver las cosas como realmente son, recordando la premisa de que “observar dice más sobre el observador que sobre lo que se observa”. Y ojo, puedes observar sin verte reflejado y es entonces cuando has sanado y allá cada uno con sus cosas, tú al menos ya te has ocupado de ti mismo, de lo que te corresponde, los demás son responsables de sí mismos, no puedes cambiarlos, solo presta atención.
“Pero lo vi… Mi espíritu sin calma era ya de tu espíritu un reflejo. Toda mi alma se espació en tu alma, y en ella viose como en claro espejo.”
Pedro Antonio de Alarcón
Gracias, gracias, gracias.
A.
Preciosa Anca,
Pues… me pongo a ello… la verdad es que nunca lo había mirado así y una vez más: ¡vas a tener razón! Eres tremenda!
Muchas gracias por TODO
Besos y mejor semana
Adriana
Mi preciosa Adriana… para esto estamos amore… ¡¡¡ dale duro !!! verás qué bien sienta verte en los demás… fuerte abrazo.
A.