¿Cómo salir de la jaula que hemos construido?

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A lo largo de nuestra vida construimos relaciones que nos invitan a dar lo mejor de nosotros mismos, pero también podemos vernos inmersos en relaciones y situaciones devastadoras que nos consumen y desgastan, pudiendo llegar a destrozarnos, encerrarnos en jaulas construidas por nosotros mismos, o por otros. 

En el ser humano podemos encontrarnos con este fenómeno protagonizado por depredadores emocionales que se alimentan de las personas mas débiles, también de las más aptas y fuertes, poseedoras de un don que ellos no poseen y/o envidian. Una palabra, un gesto, una situación, una mirada pueden ser factores suficientes para comenzar un proceso de destrucción psicológico de una persona.

Cuando hace su aparición el dolor en nuestra vida, lo primero que solemos hacer (si estamos medio fuertes) es indagar en su causa. Algo en nosotros sabe que el dolor hace las funciones de alarma. Tras percatarnos, nuestra mirada rastrea queriendo hallar ese espacio erróneo sobre el “hacer algo” para restaurar el bienestar, pero el dolor ya está presente, parece intangible, pero está y nos inunda desde un espacio de íntima contradicción y conflicto que refleja partes oscuras de difícil iluminación y acceso.

Ahora toca enfrentarse a las resistencias y confusión. Desde la distorsión, ansiedad, contradicción, incertidumbre, violencia, resentimiento, culpa… Hay muchas vías que alteran nuestra paz y nuestra armonía y debemos comprender que el obstáculo no solo está en el camino, sino que ES el CAMINO. Y así nos dirigimos a la autoindagación y desarrollo de la consciencia para restablecer el equilibrio y volver con mayor madurez y creatividad al flujo de vida. 

¿Por qué habremos nacido con tanta sensibilidad para percibir la belleza de la vida, para luego tener que pasar por infiernos tan estúpidos y estériles a los que no encontramos ningún sentido? ¿Tiene sentido mi dolor? Cuanto más despiertos estamos, más nos resistimos a aceptar la posible esterilidad de nuestro sufrimiento. Nos rebelamos ante el sinsentido de atravesar el desierto de nuestra alma, enfrentarnos a nuestro dolor, salir de la jaula que nosotros mismos hemos construido junto a una falsa zona de confort, que de confort no tiene nada. ¿Por qué a mí? ¿Quién ha inventado esta locura de vida? ¿Qué mente tortuosa ha consentido esta noria de placer, dolor y este continuo sufrimiento? ¿Quién diseñó el patético paquete de absurdos sufrimientos que vivimos? Dura y cruel respuesta: nosotros mismos. Somos nosotros mismos quienes diseñamos nuestras vidas y atraemos situaciones, personas, vivencias que nos son imprescindibles para nuestro crecimiento y desarrollo a nivel de alma. Si suena raro, extraño, pero es así, a mí me costó años de aprendizajes y la lectura de muchos libros para comprender algo tan simple y sencillo.  

Siempre tras la “tormenta”, el dolor remite. Llega el alivio de la luz que viene. Sabemos que está amaneciendo. Con la caída tocas fondo y una vez más sonreímos ante el ascenso. Será por eso que me gusta tanto ver el amanecer en el monte, es un resurgir y cada vez que me caigo- el domingo pasado me caí de nuevo- lo veo como un renacer, me caigo me levanto, me caigo me levanto y así todas las veces que hagan falta, hasta que aprenda.

Hay partes de nosotros que no quieren mirar atrás, no desean evocar el infierno por el que pasamos, y, en consecuencia, se ocupan de borrar todos los recuerdos dolorosos. Tengo etapas completas borradas de mi cerebro, partes vividas a las que solo accedo con regresiones o sumergiéndome en las profundas capas del subconsciente, ya que de forma consciente si trato de recordar algunos eventos traumáticos que viví, no puedo, está vacío, no hay nada. Pero hay que enfrentarse a nuestras jaulas, hay que quitar las cadenas que nos mantienen en ellas y hay que intentar emerger y salir a flote, resolver lo que quizás no está resuelto. Sabemos que, si nos quedamos atrapados en aquel dolor, corremos el riesgo de vivir enredados en lo que se fue, a la vez que amenazados de que de nuevo pueda llegar.

¿Dónde está la salida de esta locura, de la jaula que hemos construido para «protegernos»? ¿Nos hemos preguntado si tal vez lo que duele es el agrietamiento de las murallas del corazón, cuando éste quiere liberar amor, bondad, ternura, generosidad y compasión?, o, ¿si el dolor acaso se deba a la necesidad de una nueva identidad?, ¿o si el dolor es fruto del desprendimiento de nuestra soberbia, vanidad y la prepotencia de nuestro ridículo ego que nos tienen secuestrados?

Solo tenemos un anhelo profundo y es VIVIR.

¡Oh! ¡Qué gran paradoja! Ahora caemos que tuvo sentido todo el dolor sufrido, que la desesperación y frustración, formaban parte del juego, ¡oh, vaya, menudo descubrimiento! Eso ocurre cuando nos rendimos, cuando aceptamos. Cuando comprendemos la inteligencia de la vida. Y sonreímos. La comprensión de los acontecimiento traumáticos y dolorosos nos hacen ver que todo tuvo y tiene sentido, todo tiene un para qué. Que todo tiene un fin. La comprensión súbita nos permite ver que nuestra pasada amargura se vea relativizada y así logramos la maduración evolutiva. Hay que aprender a sostenernos ante las emociones más incomodas, sortear los extremos, caminar como un funambulista, aunque estés en el centro del huracán, porque en el centro del huracán hay quietud. Respira. Hay que sostener la autoindagación para expandir nuestra conciencia y vivir en el momento presente sin perder de vista lo vivido para no repetirlo. Así, cada día veremos con mayor nitidez y claridad nuestros procesos internos y nos haremos cargo de nosotros mismos, sin buscar culpables fuera, escuchando la voz del corazón, de nuestra alma, recorriendo la travesía de la vida enraizados en la paz que somos en esencia, desde la madurez, desde el sentido, desde el silencio.

Por fin nos sostenemos a nosotros mismos, salimos de la jaula, por fin.

Gracias, gracias, gracias.

A.

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