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Te invito a reflexionar sobre el crecimiento personal y su importancia.

Aterrizamos a este mundo y nada más nacer, incluso antes de ello y durante gran parte de nuestra vida, infancia y adolescencia, nos meten en el cerebro, en el cuerpo y en el alma infinidad de lecciones, programas y creencias limitantes, aparte de las que ya traemos de serie. Nos adaptamos a eso, a lo inculcado, lo damos por válido, vivimos así hasta que «despertamos» o hasta la muerte. Todo lo que recibimos en nuestra infancia, o incluso desarrollamos posteriormente en base a determinadas experiencias, nos limitará para siempre.

Y un buen día, lo recibido nos hace cuestionarnos (casi siempre en periodos de crisis) cosas como “no valgo para nada”, “yo no soy capaz de hacer eso», «fracasaré”, “¿para qué intentarlo si siempre me sale todo mal?”.

Una infancia complicada con unos progenitores que nunca nos dieron seguridad, o incluso sus muestras afectivas hacia nosotros siendo niños, se han basado en la manipulación emocional, nos limitan de un modo determinante, volviéndonos frágiles por dentro, llegando poco a poco a desvanecerse nuestra autoestima, desembocando en crisis existenciales, en fracasos en las relaciones, en el trabajo y en casi todas las áreas de nuestra vida.

¡Fíjate dónde y cómo empieza todo y cuán vital es saberlo! Para poder hacerlo mejor como padres, si tenemos hijos pequeños, y evitarles el sufrimiento y los traumas de adultos, debemos ser conscientes de todo esto.

Toca reestructurar esas creencias, ya que tú eres más que esas experiencias, esos programas, esos «defectos». No eres quien te hizo daño o quien alzó muros para privarte de tu libertad y de ti mismo, mereces resetear lo que eres, avanzar, mereces bucear en tu interior y reconocer, ver tu valía, tu capacidad para ser “apto” en la vida y sobre todo, ser feliz, ser tú.

No eres un desecho. Eres válido, vales mucho. Tan sólo tienes que verlo. Tienes que darte cuenta que hay que «borrar» algunas cosillas que hay en tu cabecita y aprender otras. No eres defectuoso.

 

Para crecer emocionalmente, hay que trabajar en:

  • Liberarte de tus miedos.
  • Poner limites.
  • Disfrutar de tu soledad.
  • Aprender a bucear y leer en tu interior, a empatizar más contigo a la vez que con los demás.
  • Cultivar y disfrutar de tu presente, de lo que eres y de cómo eres a través del crecimiento personal.
  • Aprender a ser feliz con humildad, desactivando partes del ego, madurando emocionalmente.

En cuanto empieces a prestarte atención, todo cambia. Empiezas a darte aquello que realmente mereces, convirtiéndote en la mejor versión de ti y así, llegará a ti todo aquello que necesitas. Priorizarse a uno mismo no es ser egoísta, es merecimiento, es crecimiento, es avance, es merecimiento puro y duro.

Somos prisioneros de nuestros pensamientos limitantes. Somos nuestra propia cárcel. Hay quien encuentra su felicidad dándolo todo por los demás: cuidando, atendiendo, renunciando a ciertas cosas y partes de sí mismo, por los demás. Es posible que les educaran así. Ahora bien, das, das, das, sigues dando y llegará un momento en  el que hacemos balance y algo falla. Aparece el pesado silencio, la frustración, el dolor emocional, un enorme vacío existencial se apodera de ti.

 

Un proceso eficaz de crecimiento personal conlleva:

  • Un profundo nivel de consciencia.
  • Un gran sentido común.
  • El amor que deriva de ello.
  • Un enorme «me doy cuenta».

El hecho de ofrecer una visión integral a la persona que se embarca en el proceso de crecimiento personal, transpersonal y espiritual supone no sólo ofrecer alivio y claridad, sino redescubrir un Camino Mayor que da sentido a su vida:

  • Acompañamiento en ese viaje inteligente y luminoso al interior del otro.
  • El dolor de la oruga es el motor de la búsqueda hacia la mariposa que somos.

El conflicto y “descenso a los infiernos” suponen una puerta de entrada a la renovación, a la presencia y al conocimiento de uno mismo en profundidad.

Con atención sostenida y con escucha activa, comprobaremos durante el proceso, que el inconveniente que a cada cuál «le ha tocado vivir», esa «mala suerte» en su vida, ese cúmulo de desgracias y dolor, es precisamente lo que termina por convertirse en ventaja.

Por eso me encanta acompañar a aquellos que con valentía deciden trascender sus sombras, su ego  y se embarcan en la activación de resonancias con su núcleo esencial del Ser, para ser mejores.

Tras el dolor y la pérdida aguarda el tesoro. Sólo hay que sacar el dolor y el sufrimiento, y, hacerle sitio ya que, de otro modo, no cabe el tesoro. Todos merecemos dejar de ser cautivos del sufrimiento y del dolor, de nuestras propias actitudes limitantes. Abrir los ojos a tu interior, bucear en él, descifrar tus necesidades, escuchar tu propia voz. En el momento que te escuches y te permitas lo que mereces; llegará lo que necesitas y todo cambiará, no lo dudes, confía en el proceso de crecimiento personal, transpersonal o espiritual, confía en ti.

El crecimiento personal es oxígeno, es vida, es SER.

 

¿Caminamos juntos hacia tu mejor yo? Hablemos.

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