espejo

La herida bajo la máscara

Somos expertos nivel PRO en ocultar nuestras emociones y nuestro sentir. Los primeros años de nuestra vida son especialmente significativos. Las experiencias que en ellos tuvimos, marcan fuertemente al adulto que luego seremos. Venimos al mundo con el impulso biológico de satisfacer nuestras necesidades de manera inmediata. 

No hay nada que cambiar, sino mucho por comprender. La comprensión permite aceptar, dejar de querer que las cosas sean o hubieran sido de otra manera, y la aceptación permite que se suelte lo que ya no es útil para poder vivirnos desde una mayor esencialidad. 

Para recordar lo que en esencia somos, hemos de hacernos conscientes de lo que no somos. Vernos. Mirarnos con humildad y honestidad. Cuando algo no está resuelto casi siempre falta el primer paso de la aceptación. La máscara protege nuestras heridas, pero también nos impide vivirnos con autenticidad, desde nuestro ser esencial. 

Desde pequeños aprendimos a ocultar nuestras emociones y a crearnos un “yo” ficticio para ser aceptados. Si fuimos muy criticados, o nos sentimos abandonados, no valorados o ignorados, esas heridas perviven en nosotros y se han ido alimentando con más experiencias dolorosas sin llegar a sanar. 

Es “el cuerpo de dolor”: la suma de todo el dolor emocional acumulado en nuestra vida y que no ha sido aceptado. Puede encontrarse en estado latente y manifestarse de improviso cuando algo o alguien tocan un aspecto concreto, la herida abierta. A veces toma la forma de irritación, impaciencia, un estado de ánimo sombrío, deseo de hacer daño, ira, depresión, ansiedad, quejas continuas, necesidad de dramatismo… 

Si no somos conscientes, puede estallar y sorprendernos en su manifestación, pues ha sido reprimido durante muchos años. Si no lo afrontamos, nos vemos obligados a revivirlo una y otra vez. 

Hay que sanar, aceptar, ver, integrar, de lo contrario estaremos toda la vida en constante lucha/ huida.

About the author

Leave a Reply