hombre en el cielo

Escondemos el dolor

Intentamos enfrascar y disfrazar las emociones, como si de alguna manera estuviera mal tener reacciones naturales ante la vida, al dolor, al sufrimiento, a la muerte. Recuerdo en mi infancia vivir la muerte con naturalidad, salvo cuando era trágica, pero de eso los niños nunca nos enterábamos directamente, pero de alguna forma lo sabíamos. Viví muertes de familiares cercanos con muchísimo dolor, no comprendía la partida. Ni tan siquiera comprendía lo que pasaba, sencillamente porque lo ignoraba. Solo nos decían que partían al cielo. Llorábamos todos los críos escondidos, vivíamos callando lo que sentíamos, mientras los mayores velaban al que partía. Apenas respirábamos. Vivíamos en pausa. Nos recuperábamos en la «fiesta» de despedida, y luego tocaba el luto. Estos son mis recuerdos. Gestionar el dolor de algunas perdidas me ha costado años. No es fácil sobrevivir a los que amas y pierdes (vivos o muertos)  si no se gestiona el dolor, si no haces el duelo, si no te despides, si no miras el dolor de frente, a pelo, a pecho descubierto.

Ayer perdí a mi padre. No me pude despedir de él. Me enteré a toro pasado de todo. Nos separan algo más de tres mil kilómetros. A causa de la pandemia, mi madre trató de evitarme el dolor (sic) me pidió encarecidamente, me lo ordenó al revelarme, me suplicó que no fuera; que despida a mi padre a mi manera, pero que no coja el primer avión, que ya estaba todo hecho. Mierda. Puta pandemia. Más dolor al dolor. Duro trance para todos.

El dolor emocional no es otra cosa que el síntoma de la pérdida.

Acaso ¿no es la pérdida el dominador común tras la enfermedad, la muerte, la traición, el rechazo, el abandono, el fracaso y otras mil vivencias que nos hacen sufrir terriblemente? Toda perdida conlleva un duelo. La pérdida de un ser querido, de una pareja, la de la salud, la de un empleo, la de un amigo, la del dinero, propiedades, la de un abandono… etc… Todo es cíclico. Todos sabemos que tarde o temprano, nos vemos obligados a decir adiós. Estamos sometidos a ciclos. Es Ley. Todo nace, crece, toca el cenit, decae y muere. Nos vemos obligados a decir adiós y tenemos que atravesar el vacío de las sombras antes de renacer con fuerza. 

Aceptación

Aunque podamos entender que la pérdida forma parte del juego de la vida, hay que abordar que el dolor generado por la misma, debe ser mirado y aliviado, como si de una cuestión médica se tratase.  Entonces ¿cuál es el antídoto de la pérdida? Para mí, de base, la Aceptación. Ahí reside la respuesta. A mayor aceptación, más se mitiga el dolor. A más consciencia, más resiliencia. La plena consciencia sobre lo vivido durante un proceso de pérdida, neutraliza y desdramatiza, evocando las grandes capacidades del alma. Desde la aceptación llega por ende la compasión, la paz, la calma. Huir del dolor o evadirlo no nos ayuda, no es ni sano ni seguro. Todo lo que se resiste, persiste, y es que, tarde o temprano, el duelo sumergido y no resuelto vuelve de nuevo a salir como una vieja asignatura por abordar, una y otra vez, como una herida sin curar, devastándonos. Hay que aprender a sostener la propia tristeza el propio dolor, nuestros estados de ánimo. Todo y todos estamos sujetos a la ley de la impermanencia. Todo pasa. Todo cambia. Todo se transforma. La aceptación no es resignarse, la aceptación conlleva comprensión activa, conlleva a la par una rendición del ego desposeído, Sí a todo tal y como es (gracias Marcela, sin tí no sé como hubiese sido esto).

Hablar de la muerte no se lleva

Es más bien como un drama. Se oculta. Pero me pregunto: ¿acaso no deberíamos celebrar el recorrido de ésta persona por la vida? eso significa honrar su destino, la vida que ha recorrido, honrar su camino, su alma. Desde mi comprensión, sonrío a la muerte. Llámenme loca, pero tras el impacto inicial de la noticia de la muerte de mi padre, tras llorar de dolor, impotencia, rabia, frustración por todo lo que conlleva su pérdida, la distancia que nos separa, las circunstancias que me impidieron viajar, célebre y honré su partida. No pude ni quise añadir más dolor al dolor. Me superaba la idea. Lo homenajee, a mi manera, él sabe cómo y me hago cargo del dolor, lo sostengo.

Me costó décadas comprender a mi padre, aceptar a mi padre con sus sombras, con su cruel destino, con todo lo que fue, con sus tragedias, con su dolor y sufrimiento, con su lucha, con sus cosas buenas, con su integridad, valores y fue perfecto tal y como fue. Sí. Lo repito, me costó décadas aceptar todo esto queridos… Nadie se libra del destino que le toca vivir y a veces es mucho más difícil y duro que de costumbre, porque ya naces «marcado» por el dolor, la tragedia, el sufrimiento y lo arrastras toda tu vida. Por supuesto con lo que esto conlleva y es mucho, es muchísima carga ésta. Cuando logré comprenderlo y aceptarlo- y eso fue hace poco- honré profundamente su destino, honré su vida, honré a mis ancestros y solo pude y puedo decir: GRACIAS, gracias, gracias por darme la vida, gracias por tanto. 

La comprensión

Conforme comprendemos, ipso facto aceptamos y soltamos. Esto es así. Dejar ir, soltar, es una de las capacidades más preciadas que poseemos. Nada sucede por casualidad, ni tan siquiera una partida. Me niego a asociar la muerte con el sufrimiento. La acepto. Es una vuelta al principio. Paradójicamente, el juego de la vida consiste en olvidar lo que realmente fuimos, somos y siempre seremos. Volveremos a recordarnos, reencontrarnos y a reconocernos como océano de conciencia, como el todo del que venimos y al que volveremos. La muerte de mi padre, solo me ha confrontado con el profundo sentido de la vida, con la comprensión. Cuán mayor es mi consciencia, mayor mi convicción de que la muerte no es el final, eso sí, atendiendo el dolor, el sufrimiento, la pena, celebro y honro su destino, su vida, con profundo respeto por todas las tragedias y el dolor que le tocó vivir, por todo lo que fue, es y será, porque vive en mí, vive en sus nietos. 

Es mi despedida. Honro la vida de mi padre con profundo respeto, compasión y amor por todo, por lo que me dío, por lo que hizo de mí, por lo recibido, lo honro por todo, sobre todo por lo malo, gracias a eso soy quien soy hoy, gracias, gracias, gracias papá, que tu alma descanse en paz. Vives en mí, vivo en ti. Buen viaje de vuelta y te espero pronto por aquí. 

Sonrió ampliamente. Gracias por tanto…

Nos volveremos a ver, seguro, hasta pronto

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2 Responses
  1. Adriana

    Preciosa Anka,
    Gracias por tanto… y sí, “la muerte no es el final”
    Besos fuertes para ti y tu padre,
    Adriana

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