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Sobre las heridas

Las heridas emocionales durante la infancia, dejan importantes marcas, algunas para siempre. Son vestigios de experiencias traumáticas que se cuelan en el presente de vez en cuando. Sanarlas, pasa por un proceso reparador que puede permitir vivir la vida con mayor plenitud. Estas heridas, son vestigios de daños, generalmente, producidos en la niñez por el entorno íntimo o cercano. Se conoce a esta etapa como “período sensible del desarrollo” ya que es un momento fundamental en la formación de la personalidad, del ser. Por tanto, las huellas emocionales producidas en la infancia, determinarán la plenitud de la etapa más adulta.

Del mismo modo que a nivel personal, ciertas experiencias y vivencias dolorosas, o la pedida de uno de los progenitores no son fácilmente asumibles, quedan sumergidas en nuestro subconsciente. También sucede que ciertos acontecimientos ocurridos en el ámbito familiar, tienden a quedar ocultos en lo que puede ser denominado como “el inconsciente o sombra familiar”. Una sombra pesada que ejerce presión para que esos contenidos ocultos salgan como sea a la superficie de la consciencia y puedan, así, ser reconocidos, vistos, integrados. Todas las personas tienen en mayor o menor medida heridas emocionales con las que van lidiando en las nuevas relaciones creadas de adultos. Algunas pueden ser tan dolorosas que nos tejen un presente profundamente anclado a este dolor pasado. Habitualmente, en estos casos suelen surgir síntomas, somatizaciones de todo tipo e inexplicables a la par.

¿Cómo surgen las heridas emocionales?

El mayor dolor en el alma de un hijo es que sus padres no se miren con amor. Que los padres estén separados no divide el alma de un hijo, la división interna viene cuando los padres se desprecian, o se odian incluso en secreto y usan al hijo como moneda de cambio. Para los hijos, sus padres lo son todo, pase lo que pase los ama y los amará incondicionalmente y por encima de todo, entendiendo y dando por hecho que ésto que ocurre o le daña, es amor. O, que entre los padres exista algún tipo de violencia (entre otras). O, la vivencia de experiencias traumáticas. Eso marca, hiere profundamente. Y, no solo se entiende que las graves negligencias parentales o situaciones de violencia lo son. El criterio de «traumáticas» se lo otorga la persona que lo vivencia como tal. Cuando una persona sufre una experiencia percibida como negativa, sí o sí, ésta tendrá consecuencias en su vida adulta.

Se le debe proporcionar al niño de base: amor, seguridad y alimento. Al fallar estas «columnas» durante el desarrollo en los primeros años, pueden generarse algunas de las conocidas como heridas emocionales de la infancia, ligadas al apego infantil, es decir, a la relación del niño con sus padres, o cuidadores. Esta relación marcará la interpretación del mundo y de las relaciones que tendrán lugar posteriormente. Así, las principales heridas en la infancia son: el miedo al abandono, el temor al rechazo, la herida de humillación, la traición (o el miedo a confiar) y la herida de la injusticia.

Algunas heridas transitan su cicatrización

Sanarlas es un proceso complejo. Y sí está claro que la elaboración de los sucesos traumáticos que han originado las heridas emocionales, pasa por el conocimiento sobre ellas, su origen. Por ejemplo la herida de abandono genera dependencia, constante temor a ser abandonados. El miedo al rechazo, nos hace creer que no somos merecedores del afecto o la compasión de los demás. La herida de la humillación nos hace estar en la búsqueda constante de la aprobación en los demás. La herida de la traición o el miedo a confiar, surge cuando el niño se ha sentido traicionado por alguno de sus padres, que no ha cumplido una promesa y suele generar gran desconfianza. La herida de la injusticia emocional se origina cuando los progenitores son fríos y rígidos, imponiendo una educación autoritaria, no respetuosa hacia sus hijos. La exigencia constante generará en ellos sentimientos de ineficacia, inutilidad, la sensación de injusticia.

Sanar heridas emocionales es romper lo establecido

Quién inicia un camino de autoconocimiento, tarde o temprano acaba por mirar hacia sus raíces para comprender de forma vivencial y profunda, la naturaleza de los repetitivos conflictos y sufrimientos. ¿Cómo es posible que hechos del pasado, en ocasiones incluso de un pasado muy lejano, puedan condicionar a un ser humano que ni siquiera había nacido en el momento de los sucesos? En realidad “no hemos aparecido de la nada y en medio de la nada”, sino que “estamos insertados” en esa infinita cadena de personas que nos precedieron, formamos parte de un sistema familiar. Si tenemos esto en cuenta, no es difícil comprender la influencia, y a menudo el condicionamiento, de lo sistémico, de nuestros ancestros en nosotros.

Un poco de comprensión

Como haya sido (y es) la relación con nuestros padres, así serán las heridas emocionales. Todas las personas tienen en mayor o menor medida este tipo de heridas dolorosas. El origen de las mismas se asocia a vivencias traumáticas, a la influencia sistemica, que suponen una huella profunda que llega hasta la edad adulta. El niño, que sufre experiencias negativas, elabora unas defensas que pueden convertirse precisamente en fuente de sufrimiento en la etapa adulta. Sanar las heridas emocionales requiere pasar por un proceso, más o menos complejo, que suponga una experiencia reparadora. Además, la persona necesitará conocer sus propias heridas emocionales y su origen para comenzar un proceso de sanación. Tenemos que entender que nuestros mecanismos de defensa nos salvaron de niños pero hoy en día han dejado de funcionar y nos dañan. Toca cambiar conceptos, toca aportar luz y comprensión para llegar al cambio.

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