El origen del cambio, de mi asombroso cambio.

Kintsugi

No suelo referirme al pasado, y menos hablar sobre mí, me aterra, me horroriza, me incomoda terriblemente, no obstante, me gustaría contaros brevemente como llegué a ser terapeuta transpersonal.

Hasta los 40 años viví en un estado constante de dolor, miedo, terror, pánico, salpicado ocasionalmente con dolor físico profundo y extremo, y, somatización de estrés emocional y psicológico a nivel físico. Escribo estas palabras hoy, y tengo la sensación de referirme a una vida anterior, o a la vida de otra persona y sonrío.

Un día tras tocar fondo, me rendí a la vida, me rendí a todo, solo deseaba desaparecer, huir al fin del mundo de todo, de todos, me preguntaba ¿para qué seguir viviendo con esta carga de desdicha? ¿para qué continuar con esta lucha interminable? Sentía un tremendo dolor, un profundo deseo de desaparecer, de no existir que superaba enormemente mi deseo instintivo de seguir viviendo. “no puedo seguir viviendo así, no puedo más” era el pensamiento que se repetía en mi mente una y otra vez, y lloré. Lloré desconsoladamente, renegando de Dios, de todo, de todos, quejándome por todo, siendo consciente de mi enorme soledad y mi exagerado y exacerbado miedo. Me veía tan rota, tan frágil, tan vulnerable, tan atrapada y tan víctima de todo, víctima de mí misma; solo pude llorar durante un largo e interminable rato, hasta que me rendí y dejé de luchar.

Cuando te pasas la vida yendo a contra corriente y no paras de luchar contra todo, contra todos, cuando no tienes ni obtienes respuestas a tus preguntas, cuando se repiten situaciones, una y otra vez sin cesar y no comprendes nada, no paras de preguntarte mil cosas y nunca entiendes las respuestas, empiezas a buscar salidas donde sea, como sea. 

Quería ser feliz, dejar de estar triste, dejar de sentir dolor, y no era capaz de lograrlo. Cuando aterricé a la consulta de salud mental de mi centro de salud, me encontré en un despacho minúsculo con el psiquiatra, el psicólogo y otra persona en prácticas. Sólo quería huir, salir de allí pitando y sin mirar atrás, pero me autoconvencí de que esto era necesario y ahí acudí como una campeona durante 9 eternos e infernales meses a terapia. Es mi experiencia. Es mi vivencia. Ni es buena ni mala, es mía, personal e intransferible. No entraré en detalles, solo diré que no me valió la experiencia, me confundió, me sacó de plano, me anuló.

Y al terminar aquel particular infierno empezó el principio del fin de mi constante dolor, sufrimiento, miedo, terror etc., inicié mi búsqueda real y profunda de respuestas.

Me leí decenas y decenas de libros, seguí a grandes Gurús viendo sus conferencias, leyendo sus libros, acudí a cursos y más cursos y por una «casualidad» extrema- por aquella época me estaba sacando la Maestría en Reiki- llegó a mi vida la Escuela Transpersonal y ahí fui de cabeza a matricularme, a una semana del comienzo del Curso Académico. 

Hubo un antes y después en mi humilde existencia. El primer año en la Escuela, me sentí como un valiosísimo jarrón roto en manos de un Maestro aplicándome la técnica Kintsugi, aplicando oro a mis cicatrices, resaltando en mí la belleza de la fragmentación. 

Los artesanos nipones crearon esta técnica con el fin de preservar y mejorar la belleza que lo determinaban acentuando sus defectos, dando una segunda vida y perspectiva de belleza recalcando sus fracturas. Al contrario que en nuestra cultura occidental en la que estamos tan acostumbrados a desechar lo “inservible” los nipones decidieron crear una técnica que reparara lo conocido como irreparable, encontrando la belleza en las cicatrices. Y aquí estoy, llena de cicatrices brillando sin querer, pero brillando. 

Me gustaría dar las gracias con profundo amor y aprecio a todas las personas que con su excepcional valor y coraje, su voluntad de abrazar el cambio interno se han dejado pasar por mi vida, confiando en mi, sumando y aportando cada uno a su manera, mi profunda transformación.

Gracias, gracias, gracias. 

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